martes, 22 de abril de 2008

"¿A QUÉ LE TEMEMOS? ¿A NUESTRA HISTORIA? ¡QUE VIVAN LAS FIESTAS DEL MACHETE!"

Queremos compartir con Ustedes la reflexión que sobre las Fiestas del Machete hace nuestro paisano Heriberto Gallo Machado, como un aporte a la reflexión y al debate sano alrededor del tema. Los invitamos a que participen en la encuesta virtual, en esta misma página, al final de la misma:


"Cordial saludo, paisanos y paisanas. Permítanme que comparta con ustedes la siguiente reflexión:

La historia de Ituango, la memoria vital de sus gentes, supera la visión de unas Fiestas cercanas en el tiempo que llegaron a su agenda anual para incrustarse en la cotidianidad de los ituanguinos. Un evento reciente en el pueblo, como instrumento lúdico, que a través del jolgorio trae elementos del pasado que recuperan su forma durante los días en que se prolonga la celebración.
¿O qué si no la recuperación de tradiciones nuestras son el Desfile de Mitos y Leyendas o las casetas típicas que se instalan en La Plazuela y otros barrios, donde se ofrecen comidas herencia de nuestros abuelos? Y las danzas, la chirimía, la música, los zanqueros… todo aquello que confluye para darle a las Fiestas el sentido de evento cultural para el encuentro y también para el rescate de costumbres, de historias, de personajes, de recuerdos.

Eso somos, como ituanguinos resumimos cada uno en nuestro ser todo lo que otros hicieron antes de nosotros. Los que estaban desde siempre en estas tierras abruptas y majestuosas, los habitantes originarios que derrotaron una y otra vez a los españoles y se negaron con altivez a la ignominiosa conquista. Y los que llegaron, colonos mestizos que buscaban aquí, entre las breñas ituanguinas, nuevas oportunidades de vida para los suyos.

LOS ORÍGENES
Así se fundó Ituango por allá en 1847, el 21 de agosto más concretamente, un pueblo fruto del empuje de los lugareños encabezados por José Manuel Taparcuá, en una empresa memorable para que ese caserío denominado La Aguada o Fundungo, adscrito a Sabanalarga, comenzara su vida independiente. Y lo lograron, con tesón y esfuerzo, empresa que no resultaba fácil porque Ituango había quedado por fuera de la ruta conquistadora que conducía al interior de Antioquia, hasta llegar a Santa Fe, por las dificultades de sus escarpadas montañas y también por la actitud valiente de sus indígenas para defender sus territorios de los invasores ibéricos.
Los nombres de Gregorio Chancí, Patricio Sucerquia y Francisco Chica, al lado de Taparcuá y de los demás pioneros, quedaron para rememorar a nuestros padres fundadores.
Y comenzó esta historia que hemos construido entre todos desde entonces y de la cual nosotros apenas somos un eslabón más en la cadena. Con dificultades y problemas, pero también con muchos aciertos para vencer las dificultades que nuestra geografía planteaba.

ERRORES Y ACIERTOS
Por eso no es vano decir que somos lo que hemos conseguido a lo largo de más de 160 años, incluso más allá en el tiempo al conjugar la historia previa a los intentos colonizadores y de conquista. Esta, compañeros, ha sido una lucha de todos: de los indios que cuidaban nuestro territorio y de los colonos que vinieron a contribuir con su esfuerzo. Encontramos selva y quizás en actitud indolente con la Madre Tierra nos abrimos un espacio que nos permitiera la supervivencia. Y lo hicimos a punta de hacha y de machete. Talvez nos equivocamos en la piel de nuestros tatarabuelos al hacerlo y no podrían condenarnos hoy por eso. Abrimos trochas y caminos, establecimos poblados florecientes y ante la naturaleza que nos cerraba la comunicación con los centros urbanos, establecimos un sistema de comercio propio para hacernos autosuficientes en una economía propia que tenía como destinatarios a los campesinos y lugareños de la cabecera, de los corregimientos y de las veredas.
Así nacieron pequeños poblados en esta tierra pródiga, como Santa Rita, La Granja, Pascuitá, El Aro (por muchos años Builópolis), Santa Ana (por muchos años Antadó), Santa Lucía, después La Hundida, Palo Blanco, Guacharaquero, Las Cuatro, La Georgia, Quebrada del Medio, El Bajo Inglés y una larga sucesión de nombres como es de inmenso el mapa que nos cobija generoso.

COMPLEJIDADES DE LA HISTORIA
El sentido de las Fiestas como expresión cultural, recoge y bebe de esa historia, se nutre de los paisajes geográficos, le rinde homenaje a las gestas de los habitantes originarios, trae de nuevo la memoria, le canta a la nostalgia, recuerda viejos amores, habla de la intrincada sucesión de hechos y sucesos que marcan el devenir de un pueblo como Ituango.
Y la historia, paisanos, paisanas, es compleja. Qué tal esa historia lineal que no problematiza, que ve idílicos paisajes de montañas apretujadas por montes y cañadas, por inmensos potreros que desde lejos toman formas caprichosas y graciosas. La historia de campesinos que madrugan con el sol a trabajar la tierra y mujeres que se quedan en sus casas atendiendo las tareas del hogar para esperar en la noche a sus maridos mientras atienden un ejército de niños… O los paisajes bucólicos de hombres y mujeres que salen los domingos al pueblo, asisten a misa, mercan y emprenden el camino de regreso a sus parcelas.
Qué tal esta historia que tapa los días de lluvia y la prolongada época de quemas que hacen del paisaje ituanguino un lúgubre lugar pleno de calima espesa que no deja ver los paisajes que antes idealizábamos. O la historia que olvida cómo se han perdido las fuentes de agua y cómo la Naturaleza con sus animales, también originarios, espantada se refugia en los últimos bosques para tratar de escapar del embate agresivo de la especie humana.

MÁS Y MENOS
La historia es compleja, con altas y con bajas. Los campesinos, los lugareños nuestros salían a los centros poblados, asistían a misa, se emborrachaban y enajenados por el licor cobraban deudas o reclamaban el amor esquivo de una hermosa mestiza que prefería al varón de la vereda de enseguida. Un lindero que se corría de forma irregular, la disputa por una vieja herencia, un camino de servidumbre que tenía que pasar por tierras del vecino y este se empecinaba en impedirlo… ¡Tantas situaciones, compañeros!
El Estado resultaba débil para contener la furia del campesino que se sentía agredido en su honor propio, bien por problemas de tierras, de platas o de amores. Las cantinas en El Carmelo, en El Filo, en Cuatro Esquinas, en Santa Rita, en La Granja, En Santa Ana, en Pascuitá, eran templos elevados al dios Baco, en los que se celebraban ritos adobados con guascas llenas de resentimiento por los amores idos, mientras se hacía apología del consumo de licor.

“Borracho y muy triste/
me encuentro en la esquina/
tomando y llorando, por una mujer/
y hasta que amanezca/
estaré en la cantina/
a ver si me olvido/
de su mal querer”.

Y como esa, muchas letras más, que llamaban con desesperación el rencor por todo lo que no tenían. La chicha, la cerveza, el aguardiente, hacían estragos en los cerebros. Y viejos amigos terminaban enfrentados por estúpidos pretextos en los que se defendía el honor del macho herido o del propietario burlado o del trabajador que se sentía estafado por su patrón, o quizás la ocasión resultaba propicia para de una buena vez enfrentar al vecino problemático.
Entonces, el machete al cinto, el que en la semana sirvió para procurar sustento, brillaba con los rayos marchitos del sol de la tarde o las débiles bombillas o las velas en la noche, para enfrentar a quien en otras circunstancias era amigo y la percepción enajenada por el trago convertía en enemigo. Así se acabaron familias enteras, dolor profundo que yace en la memoria de lo que somos como pueblo.

LOS IMAGINARIOS COLECTIVOS
Somos todo eso, somos los amaneceres hermosos y también las mañanas que llamaron la tragedia. Somos las montañas que de lejos forman el paisaje que se inmortaliza en las fotos y también los caminos inhóspitos, los montes y potreros, las vías imposibles en invierno, con las que conviven nuestros campesinos. Somos luz y sombra, día y noche, alegrías y tristezas, cara y sello.
Pero no podemos avergonzarnos de ello, de algo que subyace en nuestra condición humana. No podemos escondernos de lo que somos, de nuestro pasado, de la tradición que construimos juntos. No podemos, paisanos y paisanas, escondernos de nuestros fantasmas, de sus voces, de sus historias, felices y trágicas, opulentas y escasas.
Esas historias que palpitan en la piel de todos, constituyen el sentido de la ituanguinidad, son el fundamento de la identidad que debemos rescatar, sin temores por lo que nos podamos encontrar en ese empeño. Pero tenemos que ir en busca de los imaginarios, de las voces que se quedaron para siempre en los zaguanes de las casas viejas, en los salones de cafés y de cantinas, en los caminos que vieron el progreso y también sintieron el embate furioso de tantas violencias padecidas.
Esos imaginarios nos rescatarán en el presente para permitirnos dirigir pasos y acciones sin temor hacia el futuro. Y no serán los imaginarios estúpidos que se niegan a la historia y se llenan de temor cuando encuentran que la historia es así de complicada. Esos imaginarios no se avergüenzan de ser cuanto somos y sentimos. Ellos sustentan la identidad del ituanguino, con todo lo bueno que hemos construido y con todos los errores cometidos.

POR QUÉ LAS FIESTAS DEL MACHETE
Por eso no se compadece que ahora nos llenemos de temores porque hay una propuesta de llamar a nuestras fiestas las Fiestas del Machete, para reivindicar este instrumento de labranza, en mala hora convertido en predador de hombres. Para rescatar sus historias, algunas trágicas y otras no tanto, a través de expresiones como la danza, el teatro, la poesía, el canto.
¡El machete carajo! Cómo vamos a sentirnos avergonzados de nuestra historia, de lo que somos, pero no desde la perspectiva de recordar aquellas tardes y noches de bohemia que vieron correr sangre de muchos de nuestros paisanos, sino para construir un imaginario diferente, que nos conduzca hacia la evocación sana de situaciones y momentos, de cuentos y de mitos, de personajes que al luchar por condiciones dignas delinearon el entorno que hoy tenemos.
El debate hay que hacerlo pues con la perspectiva del rescate de la identidad ituanguina, de la memoria colectiva.

LA ITUANGUINIDAD EN EL ALMA
Ituanguinos, conjunción de pueblos, de razas, afortunado mestizaje. Ituanguinos, una forma de ser y de mirar el mundo, que se sigue enriqueciendo con la llegada de otros hombres y mujeres que se enamoran para siempre de esta tierra y dejan su impronta y así nos legan su riqueza. Ituanguinos, el sentido de un pueblo que pareciera por fin asomarse al esquivo porvenir de progreso para sus gentes. Eso que somos, el orgullo de llamarnos ituanguinos, no nos lo podrán quitar y no lo perderemos si las Fiestas no llevan ese nombre. Somos ituanguinos que celebran las Fiestas del Machete. Lo primero, el llamarnos ituanguinos, porque nos parió esta tierra. Y lo segundo, la lúdica de agosto para celebrar nuestros orígenes, con el nombre sonoro del machete que desbroza rastrojo para que venga la buena cosecha, y que a través de la danza, de las expresiones culturales, rememora épocas pasadas que se quedarán allí, en la memoria colectiva, para contarles a las nuevas generaciones que no ha sido fácil nuestra historia y que sólo el concurso de nuevas mentes y de esfuerzos nuevos permitirá que superemos problemáticas por muchos años enquistadas, rebeldes formas que nos oprimen y por momentos nos doblegan. ¡La ituanguinidad está en el alma y no la perderemos nunca!

UN HOMENAJE A LA HISTORIA
Entonces qué problema hay en que las Fiestas de Ituango se llamen las Fiestas del Machete. Es un homenaje a nuestra historia y el primer paso que damos para rescatar la memoria colectiva de los imaginarios que se nos escapan cada vez que uno de nuestros viejos se marcha para siempre.
Rescatémoslos del olvido y sin temores empecemos un proceso serio de apropiación y consolidación de nuestra cultura ituanguina en todas sus formas, en los relatos, los cuentos, las tradiciones, las formas de producción económica, de comercio, la paulatina fundación y surgimiento de los centros urbanos, la construcción de caminos y carreteras, los montes y ríos, las montañas y los valles. Y, finalmente, los hombres y mujeres que con su tesón y esfuerzo, con sus equivocaciones y aciertos, le dieron sentido a todo esto.
Fiestas del Machete, para empezar entonces el rescate de los imaginarios colectivos, de la historia común, del sentido de lo que somos. ¡Fiestas del Machete, carajo, para sentirnos ituanguinos!!!!!

Con todo el aprecio y el orgullo de sentirme ituanguino y montañero,

Heriberto Gallo Machado".


Escríbanos a:

coloniadeituango@gmail.com, coloniadeituango@hotmail.com

No hay comentarios: