Conmemoración
Hace 10 años mataron a Jesús María Valle
Este abogado paisa murió defendiendo los derechos humanos de los campesinos. A pesar de que el gobernador de Antioquia de ese entonces, Alvaro Uribe, y el comandante de la Cuarta Brigada, general Carlos Alberto Ospina, dijeron que el jurista mentía, la historia le ha dado la razón sobre los vínculos de la fuerza pública con paramilitares.
Por Agencia de Prensa IPC, Medellín
Fecha: 02/25/2008 -
“Un apóstol nunca piensa en sí mismo sino en los demás. Por ello, Jesús María Valle representa esa clase de hombres que luchan por la dignidad del otro, aún a costa de su propia vida”, expresó el sacerdote Joaquín Vargas durante las honras fúnebres del jurista y defensor de derechos humanos Jesús María Valle Jaramillo, asesinado en su oficina por sicarios dos días antes.
Corría la tarde del domingo 1 de marzo de 1998 y cada palabra del prelado fue escuchada por familiares, amigos, alumnos y activistas de derechos humanos que acompañaron el cortejo fúnebre hasta la Iglesia de Santa Gema, en el occidente de Medellín.
En silencio, cada cual rememoraba la imagen que tenía del jurista y al hablar de ello todos coincidieron en exaltar su defensa acérrima de los más débiles. Hace diez años ya de esa homilía, de esas honras fúnebres, de ese asesinato, y aún hoy quienes lo conocieron resaltan la profunda vocación de servicio de Jesús María Valle Jaramillo, abogado y defensor de los derechos humanos, asesinado en su oficina el 27 de febrero de 1998 por sicarios de la banda La Terraza pagados por el jefe paramilitar Carlos Castaño Gil.
Esa reconocida vocación de servicio tuvo su origen en la extrema pobreza vivida durante su niñez en el corregimiento La Granja, del municipio de Ituango, norte de Antioquia. Jesús María nació allí el 29 de febrero de 1943, en el seno de una familia campesina conformada por su padre Jesús, su madre Blanca, y diez hermanos más.
Los Valle Jaramillo no tuvieron una vida fácil. El trabajo en el campo era poco recompensado. Para ayudar a sus padres, Jesús María se vio obligado a vender periódicos en el pueblo. Su condición de campesinos pobres los llevó a buscar mejores oportunidades en Medellín. El propósito de don Jesús, el patriarca de la familia, era que sus hijos, ocho mujeres y tres hombres, estudiaran y alcanzaran las oportunidades de trabajo y vivienda que en el campo les estaba negado.
No fue una decisión fácil. Les tocó vender la pequeña parcela que tenían por 14.000 pesos de la época, finales de los años 50, y con ese capital tratar de sobrevivir en la ciudad. El dinero no les rindió y poco a poco se fueron empobreciendo más. Para superar las dificultades, don Jesús retornó al pueblo para labrar nuevamente la tierra y algunos de sus hijos abandonaron sus estudios de bachillerato para trabajar y sobrellevar la situación.
Apoyado económicamente por sus hermanos, Jesús María terminó el bachillerato en el Liceo Antioqueño, donde mostró sus condiciones de liderazgo en el movimiento estudiantil, pero como no encontró trabajo se regresó a Ituango y, en compañía de su padre, se dedicó al campo. Fue allí, entre sus paisanos, y en medio de picos y azadones, que acabó de entender la dureza de la vida campesina.
Ambición de servicio
Un año después, regresó a Medellín a dedicarse al estudio; entonces se matriculó en el programa de Derecho de la Universidad de Antioquia. Llegó allí con fuertes convencimientos humanistas que luego pondría al servicio de los más débiles.
Su paso por el Liceo Antioqueño le definió su personalidad: noble, honesto, servicial, ágil en el pensamiento, brillante en la palabra y liderazgo innato. Su regreso al campo le definió sus prioridades personales y profesionales. Y corría la década del 60, una época plena de ebullición social y política que le acabó de refrendar sus ideales de justicia social.
Entre los recuerdos más emotivos de la familia se encuentra en el día de la graduación de Jesús María como profesional del Derecho. Sus padres y sus hermanos estaban felices. Era la culminación de un esfuerzo personal y familiar que quisieron festejarlo, pero el novel abogado prefirió que se ahorrara algo más de dinero para comprar un escritorio y una máquina de escribir, los recursos necesarios para un abogado de la época. Fue así como en otro esfuerzo familiar se le dotó una oficina en el cuarto piso del edificio Colón, situado en la calle Ayacucho, entre las carreras Bolívar y Cundinamarca, pleno centro de Medellín.
Su gratitud por los esfuerzos familiares se expresó cuando comenzaron a llegar los negocios relacionados con su profesión y su ejercicio jurídico lo llevó a ganar algo de dinero: les empezó a ayudar a su familia, a sus amigos y a todos aquellos estudiantes que no tenían con qué paliar sus necesidades diarias. No podía ver a alguien con problemas porque siempre intervenía. A los jóvenes que llegaban de su pueblo a estudiar y no tenían para pagar un arriendo, Jesús María se los llevaba para su casa, los alojaba, los alimentaba, les dotaba de libros y les impulsaba sus ilusiones académicas y profesionales.
Pero no sólo quería atender las necesidades de sus semejantes más inmediatos. Jesús María Valle quería expresar en escenarios más amplios sus ideas humanistas. Fue así como, de la mano del partido Conservador, comenzó a trajinar en la política regional, llegando en 1972 a ser Diputado de la Asamblea Departamental. En este recinto quedaron los ecos de su voz que, fogosa, planteaba debates orientados a defender los intereses de los más pobres y la urgente necesidad de eliminar las causas de la exclusión social.
Sus ideas también eran expresadas en las aulas de clase de varias universidades donde comenzó a ejercer como docente, entre ellas la de Antioquia, la Medellín, la Pontificia Bolivariana y la Autónoma Latinoamericana. Tuvo a su cargo cátedras como Ética Profesional, Derecho Procesal y Probatorio Penal. Sus clases estaban llenas de humanismo, de un profundo sentido social de su profesión y de una inmensa energía en sus discursos que originaban tanta emoción que los estudiantes terminaban aplaudiéndolo.
A defender los derechos humanos
Sus reflexiones sobre las condiciones sociales del departamento y el país, cada vez más inequitativas y violatorias del Estado de derecho, lo llevaron a tomar la opción de defender la causa de los derechos humanos, convencido de que no se podían tolerar aquellas situaciones que atentaran contra la dignidad humana.
La concepción integral de los derechos humanos que expresaba Jesús María Valle lo llevó a promover la Liga de Usuarios de las Empresas Públicas de Medellín y a ser su primer presidente. Como dirigente gremial ocupó una silla en el consejo directivo y en la presidencia del Colegio Antioqueño de Abogados y a fundar y presidir el Colegio de Abogados Penalistas de Antioquia. Pero donde más impulsó sus ideas humanistas y reforzó su defensa de los más débiles fue en el Comité por la Defensa de Derechos Humanos, seccional Antioquia, a donde ingresó en 1978, año de su fundación, y que presidió desde 1987, en reemplazo de Héctor Abad Gómez, asesinado el 25 de agosto de ese año.
Desde el Comité, Jesús María Valle fue uno de los primeros en advertir los nefastos efectos del paramilitarismo en el departamento, sobre todo en las zonas rurales, donde las consecuencias de su accionar armado eran devastadoras: asesinatos masivos, rompimiento del tejido social entre las comunidades campesinas, desplazamientos forzados, destrucción de procesos productivos y profundización de la pobreza.
En un memorable y emotivo discurso pronunciado el 25 de agosto de 1997, durante la conmemoración del décimo aniversario del asesinato de los defensores de derechos humanos Héctor Abad Gómez y Leonardo Betancur, contrastó los avances en materia de desarrollo que estaba teniendo Antioquia y la llegada del paramilitarismo a diversas regiones del departamento. Tan contundente era su percepción que se atrevió a decir que si bien antes se podía hablar del paso del meridiano de la cultura y la política por Antioquia, en ese momento se tenía que decir que el meridiano de la violencia estaba pasando por el departamento y desde él se exportaba la violencia para el resto del país. Su visión fue profética.
(Ver fragmento del discurso) No era la primera vez que Valle Jaramillo hablaba de ello. Desde comienzos de 1996 había iniciado una sistemática denuncia de los atropellos contra la población campesina, perpetrados por las fuerzas contrainsurgentes que estaban tomando posición en corregimientos y veredas, de municipios del Norte de Antioquia, en particular de su natal Ituango, en donde para la época había sido elegido concejal por el movimiento Acción Popular Independiente.
En sendas cartas a la Gobernación de Antioquia, en ese momento en cabeza de Álvaro Uribe Vélez, hoy Presidente de la República, y a las autoridades militares y de policía, expresaba su preocupación por los constantes asesinatos de campesinos, quienes eran sindicados de ser guerrilleros, integrar sus redes de apoyo o ser simpatizantes.
Entre sus denuncias se encuentran las incursiones paramilitares a los corregimientos La Granja y El Aro, de Ituango; en ambas fue condenada la Nación por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pues se halló evidencia de la falta de operatividad de la fuerza pública para proteger a los habitantes de esos caseríos, un aspecto que Jesús María Valle siempre resaltó en sus quejas. Este año, el Estado colombiano podría recibir otra condena por el crimen del jurista, pues su caso cursa trámite en este organismo de justicia internacional.
Fuerza pública, involucrada
Jesús María Valle fijó la atención de sus denuncias en la connivencia entre los paramilitares y la fuerza pública, tanto militar como policial. Sus evidencias, obtenidas a través de los habitantes de Ituango y de localidades vecinas, eran contundentes y hacerlas públicas molestó al Gobernador de Antioquia y al comandante de la IV Brigada, general Carlos Alberto Ospina Ovalle. Antes que atender el llamado a proteger a la población campesina, ambos atacaron al defensor de derechos humanos, negando toda relación con el paramilitarismo.
El clima alrededor de Jesús María Valle se enrarecía cada vez y tanto familiares y amigos cercanos temían por su vida. No obstante, persistió en las denuncias, reclamando mayor eficacia al Ejército y a la Policía, y una acción más contundente del Estado en defensa de los campesinos. Pero cada pronunciamiento suyo era respondido con un ataque por parte de las autoridades. Incluso, Uribe Vélez, en declaraciones radiales, llegó a decir que en el país era muy conocida la animadversión de Jesús María Valle por el Ejército, con lo cual pretendía restarle veracidad a sus denuncias.
Por la insistencia en sus acusaciones, Jesús María Valle fue denunciado penalmente por calumnia por la IV Brigada del Ejército, a través de un soldado delegado por la comandancia de la guarnición militar. Para responder por la querella, compareció a la Unidad Local Segunda de Delitos Querellables el jueves 26 de febrero de 1998. Durante la diligencia se ratificó en sus imputaciones y alegó que no había cometido ningún delito, pues su versión sobre la connivencia entre miembros del Ejército y la Policía con los grupos paramilitares había sido comprobada por organizaciones defensoras de derechos humanos internacionales. Años después su versión fue ratificada, incluso, por comandantes y ex combatientes paramilitares.
(Ver nota anexa) La diligencia comenzó a las 2:30 de la tarde de ese jueves. Exactamente 24 horas después, en su oficina del edifico Colón, la misma que con tanto esfuerzo había ayudado a dotar su familia semanas después de su graduación, dos hombres y una mujer llegaron hasta ella y le propinaron tres impactos de bala, dos en la cabeza y uno en el pecho, que le segaron la vida de manera instantánea.
Dos días después, su cuerpo fue llevado a la Iglesia de Santa Gema para rendirle una sentida despedida a quien por más de 20 años se consagró a buscar la verdad y la justicia. Terminada la homilía del padre Vargas, un amigo de Jesús María Valle resumió con inmenso dolor y en voz muy baja la tragedia de este crimen: “En este país las posiciones diferentes, claras y con argumentos sólidos que hablan de las angustias de un pueblo sometido a un conflicto que le ha quitado toda dignidad son acalladas porque, al decir de algunos, hacen parte de uno de los bandos de la guerra. Seguimos en ese punto donde no hay contradictores sino enemigos que se deben eliminar inmediatamente”.